«Una sonrisa cálida recorría el lugar. Esa sonrisa se llamaba Fátima Veira. En cuanto me presenté me dio su tarjeta. Ella era la encargada de que todo estuviera perfecto y si algo salió mal, ni lo dijo ni se notó.»
«Una sonrisa cálida recorría el lugar. Esa sonrisa se llamaba Fátima Veira. En cuanto me presenté me dio su tarjeta. Ella era la encargada de que todo estuviera perfecto y si algo salió mal, ni lo dijo ni se notó.»